viernes, 4 de marzo de 2016

Colaboración: Celia Sánchez, una experiencia de voluntariado internacional

Celia Sánchez es una de esas personas que conocí por casualidad, por amigos en común, y que desde minuto uno se convirtió en una gran amiga. Su pasión por el trabajo social, su inquietud de descubrir mundo sin fronteras, y su perspectiva crítica hacen que nos encontremos una gran profesional en potencia. Actualmente está en el extranjero, pero la experiencia que nos viene a contar comenzó hace más de un año a través del servicio de voluntariado europeo (si queréis voluntariado esta es vuestra mejor opción sin duda)

En este artículo nos cuenta lo que supuso esta experiencia para ella, y la utiliza para hacernos una reflexión de sus vivencias sobre la caridad. La estoy picando para que se haga un blog y que pueda compartir su visión desde su propio espacio, así que si os gusta dejad comentarios opinando sobre que os ha parecido.


Observar la vida desde los ojos de aquel que más precariedad está viviendo, te hace plantearte cada segundo, cada instante desde que tienes consciencia hasta el día de hoy. Desde el punto de vista personal y profesional. 
Hace un año me lance a una de las aventuras más gratificantes de mi vida. Decidí irme a Bulgaria a participar en un voluntariado europeo cuyo trabajo consistía en la realización de actividades con menores de un orfanato, menores discapacitados y con problemas de visión. 

Como trabajadora social, no tuve dudas a la hora de aceptar dicho proyecto, es cierto que era más un campo de educación social o tal vez animación social que del trabajo social en sí. Sabía que iba a ser un voluntariado, pero en este caso un voluntariado de 9 meses, en el cual se podía llevar a cabo una intervención mucho más a largo plazo. 

Dicen que todos aquellos que pertenecemos al campo de lo social, tenemos ese espíritu revolucionario de querer cambiarlo todo, de buscar el bienestar de las personas incluso cuando el viento sopla en contra. 
El trabajo era fácil y a la vez difícil. El equipo constaba de varias chicas de diferentes nacionalidades, algunas con estudios en el ámbito social y algunas no. Por lo que, en primer lugar, teníamos la batalla de cuadrar ideas contradictorias, maneras de trabajar o simplemente formas de enfocar los problemas que nos encontrábamos. 

Entre dudas, barreras lingüísticas y miedos, poco a poco intentábamos aplicar ciertos talleres y dinámicas con los menores, sobre todo con los del orfanato que era con quienes pasábamos más horas.  Arte terapia, Talleres de cocina, Charlas de sexualidad, Clases de apoyo… 
Al principio era difícil, muy difícil. Tenemos que tener en cuenta que nos encontrábamos en un escenario cargado de dificultades. Desde la diferencia de idioma, hasta la propia corrupción del sistema que pudimos sentir en nuestras carnes. 

El orfanato era un sitio, digamos, no apto para menores. Un lugar totalmente insalubre, con baños oxidados, suelos rotos, paredes desconchadas… Pero lo peor que allí te podías encontrar era el sistema en sí, el personal. Los niños carecían de tutores, no estaban acompañados por adultos (exceptuando la persona encargada de la seguridad del centro, que velaba única y exclusivamente por que los niños no se escaparan),  el director llevaba años ejerciendo su cargo sin ni si quiera haber aplicado cambio alguno en el centro. Había dos trabajadoras sociales las cuales nunca quisieron hablar directamente con nosotros, y así irregularidades por doquier. 

El problema estaba  a la hora de intentar intervenir en estas situaciones. Nosotras (una de las chicas que fue conmigo y yo) como trabajadoras sociales, quisimos intentar cambiar la situación, mediante inspecciones por parte de los servicios sociales, lo único que recibíamos en un principio, era la prohibición por parte del personal y del director, a los menores para acudir a los talleres. 

Por otro lado, inmersa en toda esta sociedad de corrupción, cabe destacar otro episodio, el gran episodio que miles de países viven llamado, Caridad.bUn día, como cualquier día, llegamos al orfanatos y nos encontramos con una veintena de voluntarios estadounidenses, todos equipados con los mejores materiales, las mejores prendas y las mejores sonrisas. Allí estaban jugando con los menores, dándole materiales que nunca habíamos podido tener en nuestros talleres por falta de presupuesto.Recuerdo las caras de los menores, los más pequeños desprendían felicidad al ver tantos materiales, los más mayores tenían una cierta expresión que podría denominarla como…. “lo mismo de siempre”. Y aquí quiero hacer una pequeña parada y a la vez una crítica. Estos voluntarios estaban allí por unos 5 días, los cuales venían aportaban lo mejor de ellos (de eso no me cabe duda) y se iban, tal y como habían venido, se iban. 

Y mi pregunta es…¿ Y qué? ¿Qué se consigue con esto?.  Pude notar (desde mi humilde opinión) un cierto aura de caridad, de necesidad de ayudar no sé si por el simple egoísmo del ser humano o porque sí. Pude ver y sentir como se trataba de una intervención, que por un lado sí…Hacía felices a los menores pero por otro no era más que humo que se disipa. 

Al observar esto, me di cuenta que vivimos en un mundo donde a día de hoy, la caridad sigue primando en todos los rincones. La caridad como egoísmo propio del ser humano (te ayudo y así me siento mejor), caridad como método de apaciguar un mal que va más allá de una simple ayuda. Como trabajadora social, opto por la implicación diaria, por el cambio a largo plazo mediante la intervención directa, el apoyo y el empoderamiento de todos los usuarios con los que trabajemos. 

Ya lo dijo el activista  estadounidense Dan Pallotta: Es hora de dejar de obsesionarse por encima y empezar a centrarse en el progreso. Cambie la caridad, y la caridad puede cambiar el mundo”. 

 



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